dimarts, 30 de maig del 2017

Vicente Blasco Ibáñez: el ariete republicano





            En 1915, Vicente Blasco Ibáñez, cansado y arruinado, recién llegado a París procedente de unas colonias argentinas que no habían prosperado,  empezó a escribir Los cuatro jinetes del Apocalipsis. Cuatro años después, solo en Estados Unidos, se habían agotado ya doscientas ediciones de la novela. En 1921, Rodolfo Valentino protagonizaba la versión cinematográfica de la obra, financiada por la Metro Pictures Corporation. Este es el Blasco exitoso y moderno que quedó grabado en el imaginario: el Blasco maduro y veterano, pragmático y laureado, el emperador de la novela comercial y del guión de cine, el Blasco orondo y triunfador que eclipsó al joven revolucionario que fue antes de que se iniciara el siglo XX. El empresario hizo olvidar al republicano federal, al revolucionario de trinchera, al joven periodista de combate que nos proponemos recuperar aquí.
            Blasco empezó a colaborar en el periódico La Bandera Federal en 1889. En esos editoriales de El Pueblo, las bestias negras eran Emilio Castelar y Práxedes Mateo Sagasta. No es que los radicales valencianos apreciaran a Cánovas. De hecho, Blasco no mostró benevolencia hacia el líder conservador ni siquiera cuando este fue abatido a tiros por el anarquista Michele Angiolillo. Pero Blasco opinaba que Cánovas, aún a través de medidas reaccionarias, era capaz de gobernar, mientras que, por su parte, Castelar le parecía un mero traidor a los ideales republicanos, y Sagasta un líder impotente, un converso canallesco y ladrón (Blasco llega a llamarle “viruela maligna”), irracionalmente aferrado al poder.
            En 1890, el general carlista Cerralbo iba a ser recibido en la ciudad de Valencia. Blasco, junto con los anarquistas Montaña y Serra, acaudillaron el asalto a la fonda en la que pernoctaba el militar tradicionalista. Hubo palos y disturbios. El carruaje de Cerralbo fue lanzado al fondo del río. El Capitán General Azcárraga decretó el estado de sitio, y La Bandera Federal fue suspendido. Un botón de muestra de hasta dónde eran capaces de llegar Blasco y sus seguidores a principios de los años 90.
            En los mítines de Blasco era habitual ver a conocidos anarquistas entre el público. Entre 1890 y las primeras décadas del siglo XX, tanto en Valencia como en Cataluña, las ramas ideológicas inspiradas en la postura antisistema de Ruiz Zorrilla, exiliado en París, confluían en una misma familia política de contornos difusos. Así, por ejemplo, Lerroux y Ferrer y Guardia eran amigos, y las fuerzas ácratas que acaudillaba Blasco participaban en los mismos disturbios que los anarquistas: la frontera entre ambos no estaba clara. El republicanismo radical y el libertarismo compartían espacio contra el sistema de la Restauración.
            Otro rasgo sobresaliente en esta etapa fue el anticlericalismo, postura que, en el caso de Blasco y sus compañeros de redacción, alcanzó cotas de radicalismo que rayaban en la abierta hostilidad y violencia. Cuando Ciriaco Sancha llegó a Valencia para sustituir al anterior arzobispo, Blasco despegó una enorme pancarta en el balcón de La Bandera Federal, bajo la cual pasaba la comitiva de bienvenida, en la que se leía: “Jesús entró en Jerusalén descalzo y pobre: comparad”. El incidente causó un enorme escándalo, y Blasco fue detenido y encarcelado en el presidio de San Agustín. Dos años después volvió a la cárcel por motivos parecidos: los obispos de Salamanca, Madrid, Segorbe y Valencia fueron apedreados cuando se disponían a embarcarse hacia Roma. Botones de muestra de lo que era una actividad subversiva apoyada desde La Bandera Federal y El Pueblo.
            También en 1890, Blasco publicó un incendiario soneto en el que amenazaba con cortar la cabeza a todos los tiranos. El resultado fue ser condenado a seis meses de cárcel y verse obligado a huir a París, lo que fue providencial, porque allí conoció a Ruiz Zorrilla, el carismático líder revolucionario exiliado. Para Blasco, el monárquico Sagasta era el reverso de la moneda de Ruiz Zorrilla, el emblema de la honradez. Fue también entonces cuando estudió a fondo las obras de Balzac y Zola. Al volver a Valencia, Blasco lideró un golpe de estado interno en su partido: Juan Feliu fue arrojado de la jefatura y la facción federal histórica fue barrida por los cuadros jóvenes, mucho más audaces. 1892 fue un año clave en su trayectoria, en el que publicó las tres mil páginas de la obra Historia de la revolución española en el siglo XIX, en tres volúmenes, epilogada por Pi i Margall, ex presidente de la República de 1873. Blasco ya evidenciaba uno de los rasgos más característicos de su obra: el colosalismo.
            El primer número de El Pueblo vio la luz el 12 de noviembre de 1894. Blasco se lanzaba a esa empresa sin una base financiera clara. 1896 fue un año decisivo para el Partido Republicano Federal: tanto Blasco Ibáñez como su líder en Cataluña, Vallès y Ribot, se escinden  para liderar una facción estrictamente revolucionaria. A partir de entonces, su estrategia política pasará por el retraimiento, por no entrar en las combinaciones electorales. Pi i Margall, el viejo patriarca republicano, ferviente legalista, abandona la Asamblea de Madrid sin haberla concluido: se puso el sombrero y abandonó la reunión. En aquella época, Blasco ya había encontrado una voz narrativa propia: frente a sus primeros ensayos literarios, que luego repudió, había ya publicado La araña negra (1892), de contenido antijesuítico, Arroz y tartana (1894) y Flor de mayo (1895).
            Estalla la guerra de separación en Cuba y la postura de El Pueblo es compleja. Blasco no quiere romper con el Ejército, que considera garante de las libertades liberales, y muestra un patriotismo monolítico. Su propuesta pasa por conceder la autonomía a la isla (la propuesta de Maura en 1893) y por extender los derechos modernos y la instrucción general por toda la isla. Sin embargo, no ahorra críticas contra el general Martínez Campos y el estado de las tropas españolas que combatían en condiciones infrahumanas. Finalmente, considera lamentable y antipatriótico que las clases adineradas puedan ser exoneradas del servicio militar por 1500 pesetas. La pésima gestión del conflicto por parte de los gobiernos debería encaminar a España hacia el establecimiento inmediato de la República.
El hecho de que la monarquía no declarara la guerra a Estados Unidos motivó que Blasco y el grupo de El Pueblo sacudieran Valencia con varias protestas antinorteamericanas. La situación llegó a ser tan grave que el Gobierno Militar declaró de nuevo el estado de sitio. Naturalmente, Blasco Ibáñez fue puesto en busca y captura y tuvo que huir de nuevo al exilio. Su estancia en Italia fue también muy provechosa, puesto que allí escribió Tres meses en el país del arte (1896). Tras volver, encabezó nuevas algaradas en pro del servicio militar universal, que le valieron verse encarcelado durante seis meses en el tétrico presidio de San Gregorio. Allí fue rapado y tuvo que vestir el humillante traje a rayas. La experiencia, la peor de su vida según confesión propia, motivó que, a partir de entonces, Blasco cambiara de opinión respecto a la necesidad de ser elegido diputado para poder gozar de inmunidad. Fue elegido en 1898, 1899, 1901 y 1903.
            Tras su amargo trance carcelario, nuestro hombre fue desterrado a Madrid. Allí conoció a Rodrigo Soriano y empezó realmente a abrirse paso entre los más selectos círculos culturales de la capital. Esa amistad terminó de la peor manera: Soriano acabó acusando públicamente a Blasco de comportarse un cacique. El nuevo amigo iba acumulando poder a pesar de no disponer de arraigo en Valencia. La rivalidad llegó hasta el Congreso, y finalmente Blasco y Soriano se batieron en duelo en Madrid en junio de 1903.
En septiembre de 1905, Blasco Ibáñez había obtenido su acta de diputado por sexta vez. Los radicales valencianos habían conseguido abrirse un espacio político rompiendo con el monopolio fraudulento de liberales y conservadores: lo que en Cataluña consiguió la Liga Regionalista en 1901. En 1908, Blasco aseguraba haberse retirado por completo de la política. Hasta 1903, indica Alós, no podemos hablar con propiedad de “blasquismo”; el término lo acuñaron sus enemigos partidarios de Soriano, con tono peyorativo. El republicanismo perdía a su ariete en Valencia, pero la literatura ganaba a un escritor con pulso firme, cuyas ventas no pararían de crecer astronómicamente hasta su desaparición.
Sin embargo, antes de su exilio, Blasco tuvo tiempo de protagonizar una ambiciosa campaña pro aliada durante la Primera  Guerra Mundial, y de enfrentarse a la dictadura de Primo de Rivera, con textos como Una nación secuestrada (1924), Por España y contra el rey (1925) y Lo que será la República española (1925). Blasco Ibáñez moría en su villa Fontana Rosa de Menton (Francia), de nuevo en el exilio. No llegó a conocer la República de 1931.


Publicado en "La Aventura de la Historia", Núm.223, mayo de 2017.